LOS GUARDACOSTAS

  • 4 September 2011
  • aser

UNA LLAMADA DEL 112 entra en la torre del Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo en el puerto de Almería, en cuya cima tres operadores controlan el tráfico marítimo de mercantes en el mar de Alborán y permanecen en alerta ante cualquier emergencia. Son los guardacostas, los bomberos del mar. El interlocutor avisa de que un helicóptero de la Guardia Civil ha avistado una patera con unas 20 personas. Un avión y dos embarcaciones se ponen en marcha y salen de diferentes bases coordinadas desde Almería. La operación se salda tres horas después con el rescate de todos los inmigrantes. No hay víctimas.

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El servicio es uno más de los que se coordinan cada verano desde este centro almeriense, que el año pasado salvó al mayor número de personas en peligro en el mar de todo el litoral español. Las pateras tienen buena parte de la culpa de este récord, que supera los servicios de otras zonas críticas en siniestros marítimos, como la costa gallega o la gaditana. “No hay dos emergencias iguales. Cuando un buque tiene un problema o se detecta una patera, se busca información, se localiza y se decide qué medios se envían en su ayuda”, explica Miguel Cea, jefe del Centro de Coordinación de Almería. Un avión busca, un helicóptero se acerca a la embarcación con problemas por si hay que evacuar a alguien y un barco de salvamento se aproxima a toda máquina para recoger a los posibles náufragos. El objetivo es llegar desde cualquiera de los puertos coordinados en menos de una hora y media.

“Con las pateras es muy complicado. Nunca sabes de dónde han salido y muchas veces ni dónde están. Y las personas que van en ellas no tienen aptitudes para actuar en el mar. No llevan chalecos ni balsas, y muchos no saben nadar”, añade Cea, para quien “el momento más peligroso es cuando todos intentan subir al barco de rescate a la vez y pueden provocar un accidente”. Para evitarlo, se les emiten mensajes en varios idiomas y dialectos africanos rogándoles que se calmen. Y muchas veces hay que actuar con energía y rapidez. “En alguna ocasión he tenido que meter la mano en el agua y coger a un inmigrante por el pelo porque se iba al fondo”, cuenta José Antonio Morata, capitán de la embarcación Salvamar Delébola, para quien uno de los mejores momentos es “cuando al volver con los rescatados están sus familias esperando en el muelle”.

Salvamento Marítimo tiene en el litoral español 20 centros de coordinación como el de Almería. Sus 1.538 técnicos controlan las 24 horas del día 1,5 millones de kilómetros cuadrados de superficie marítima (tres veces el tamaño de España). Solo el año pasado, su personal atendió 5.264 emergencias, rescató a 3.737 personas y dio asistencia a otras 8.091. La inmensa mayoría de los rescatados (3.004) iban en pateras y, de estos, más de la mitad (1.853) fueron localizados y llevados a tierra por efectivos de la base de Almería (108 especialistas).

EL HELICÓPTERO DE RESCATE HELIMER, del que en toda España existen 11 unidades, destaca entre el equipo humano y material. En él viajan un comandante, un copiloto, un operador de grúa y un rescatador. Es este último el que se lanza sujeto a un cable a salvar con sus propias manos a un náufrago en apuros. Para ello el rescatador tiene unas impresionantes condiciones físicas que le permiten aproximarse nadando en medio del oleaje a la víctima y engancharla a un arnés o a una cesta de salvamento para que sea izada hasta el helicóptero de rescate. “Cuando te acercas, debes hacerlo con decisión. Más que fuerza, necesitas cerebro. Y te tienes que hacer respetar para que la gente obedezca, porque suelen estar muy asustados”, cuenta José Ángel Guerrero, rescatador.

Una vez que el herido está en el Helimer, el rescatador y el operador de grúa practican los primeros auxilios mientras la aeronave vuela a toda prisa al aeropuerto, al puerto o al hospital más cercano, antes de agotar sus cinco horas de autonomía de vuelo. “Nosotros recogemos y corremos
-explica el comandante Pepe Segura-. Nuestra función no es curar las heridas, aunque hacemos los primeros auxilios y más de una vez hemos tenido que reanimar a alguien”. Sentados en la mesa de su pequeña base en el aeropuerto de Almería, Segura y sus compañeros -Guerrero, el copiloto Pedro Díaz y el operador de grúa Juan José Díez- coinciden en confirmar que les encanta su trabajo pese a los riesgos de todo salvamento. “Te llena de satisfacción poder ayudar y ver que vales para esto”, reflexiona Díez, que además de manejar la grúa del helicóptero también está capacitado para actuar como rescatador.

Personal de Salvamento, en el buque Mastelero, junto al helicóptero y la torre de coordinación del puerto de Almería

EN PLENA ACCIÓN, los tripulantes hablan con intercomunicadores que pueden usarse en el agua, pero también gesticulan con las manos. “Hacemos tantos entrenamientos juntos que nos llevamos muy bien y nos conocemos perfectamente, tanto cuando actuamos en un rescate como cuando estamos en la base”, indica el comandante y jefe del equipo, para quien el mayor peligro con el que se encuentran en un rescate son los veleros, cuyo alto palo en movimiento de vaivén durante una tormenta corre el riesgo de liarse con el cable del rescatado y provocar una tragedia. Otra dificultad es la localización de un náufrago desde el aire en plena marejada. “El problema es encontrar una cabeza entre las olas que, además de no verse, tampoco puede hacer señales. Si lleva poco tiempo en el agua, localizamos al náufrago con el radar térmico que detecta su temperatura, pero si ya padece hipotermia, como ocurre casi siempre, es más difícil”, añade.

Los cuatro tripulantes del Helimer recuerdan el día en que salvaron a un bebé al que no podían dejar en la cesta de rescate. “Le metimos en una bolsa de deporte para subirlo al helicóptero”, cuenta Segura. Y añade que si hay adultos y niños a la deriva, son los padres los que siempre primero entregan a sus hijos para que sean rescatados antes. Al preguntarles sobre el accidente de un Helimer que se hundió en aguas de Almería el 20 de enero del 2010 a todos les cambia el semblante. Se ponen serios. “No queremos hablar de ello. El caso está bajo investigación”, se excusa el comandante, con gesto de pesar. A poca distancia, en la torre de Salvamento Marítimo del puerto, el controlador José Manuel Allegue recuerda que aquel siniestro fue el momento más duro de sus 12 años de servicio. “Las vemos de todos los colores, pero que te avisen de que acaba de caer al mar un helicóptero a 200 kilómetros por hora con cuatro compañeros tuyos dentro es muy duro, es lo peor”, dice. Uno de los ocupantes logró salvarse. Los otros tres murieron. La aeronave fue detectada días después a 90 metros de profundidad y tanto los cuerpos de los tres tripulantes como el aparato fueron rescatados por los propios medios de Salvamento Marítimo.

Todos los tripulantes del Helimer llevan en su uniforme un completo equipo de supervivencia que les puede ayudar a salvarse si su helicóptero cae al mar. Llevan un miniequipo autónomo de respiración. También porciones de alimentos y bengalas por si quedan a la deriva en el agua y un localizador de GPS. Además, uno de los ejercicios que realizan periódicamente en la inmensa piscina del Centro de Seguridad Marítima Integral Jovellanos, en Veranes (Gijón), es precisamente el del hundimiento de la cabina del helicóptero para aprender a sobrevivir en esa situación. “Nosotros despegamos muchas veces con condiciones atmosféricas muy duras y nunca dejamos de hacerlo si se produce una emergencia, ya sea de día o de noche”, afirma el comandante Segura.

Uno de los equipos que tuvo que aplicarse a fondo en el rescate del Helimer siniestrado fue el de Operaciones Especiales, al que están adscritos los buzos de Salvamento Marítimo. Con base en Cartagena (Murcia), depende directamente del centro de mando de Almería. “Nosotros llegamos donde no llegan los demás. Nuestros buzos pueden buscar y recuperar cuerpos sumergidos o inspeccionar el casco de un barco que ha sufrido un accidente”, cuenta Julio Abril, técnico y uno de los responsables de este equipo de especialistas, que suelen desplazarse con todo el material necesario en furgonetas hasta el punto más cercano al accidente para luego embarcar. Entre otros medios sofisticados, disponen de una campana de buceo que les permite trabajar a grandes profundidades y de una unidad submarina denominada Comanche que graba imágenes en profundidad. Los de Operaciones Especiales también se movilizan en caso de contaminación marítima para lo que llevan barreras de contención de hidrocarburos y tanques para almacenarlo.

El equipo de Cartagena necesita siempre el apoyo de las embarcaciones de Salvamento Marítimo, especialmente la mayor de ellas, que en Andalucía es el Mastelero, buque de 40 metros y 12 tripulantes, que realiza remolques de barcos, pero también rescata a náufragos y neutraliza vertidos contaminantes. Sus tripulantes pasan todo el día y duermen en el barco, donde hasta tienen su propio chef. “Yo he trabajado en el Club Náutico de Ca¿diz y me gusta mucho cocinar. Lo he hecho hasta para los Príncipes. Ejercí 10 años de mayordomo y cocinero en un gran petrolero hasta que decidí entrar a trabajar en el Mastelero”, explica, orgulloso, Javier de las Cuevas mientras prepara un cuscús para el resto de tripulantes. Para hacerlo acaba de comprar las tradicionales vasijas de barro cocido. “Procuro que coman bien y variado”, dice.

Los marineros Juan Antonio Docel y Damián Caparrós confirman que tienen buena mesa. Y confiesan que no añoran su trabajo anterior de pescadores. “Esto es mucho mejor. Además, aquí rescatas a personas y eso te hace sentir bien”, cuenta Caparrós, quien confirma cuál es el momento más complicado en alta mar, en pleno rescate: “Cuando te acercas con mal tiempo y la gente que vas a rescatar se pone nerviosa”. ¿La solución? “Cogerlos uno a uno e intentar tranquilizarlos”.

“Sí, el momento más crítico es cuando estás junto a la patera, la gente se agolpa, se pisotean unos a otros y debes tranquilizarlos”, explica el jefe del Centro de Coordinación, Miguel Cea, que vivió uno de sus momentos más felices no sobre las olas, sino en lo alto de la torre de control almeriense, similar en estructura y medios a la de un aeropuerto: “Teníamos aquí a dos marroquís. Dos familiares habían desaparecido en una patera que no encontrábamos. En ese momento llegó un fax de Argelia en el que informaban del rescate. Incluía una lista de nombres y allí estaban los de sus familiares. Nos abrazamos en la sala de control. Ellos no paraban de llorar. De felicidad”.

 

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